Al César lo que es del César

No todo el tiempo pasado fue mejor. En el Racing, hemos tenido épocas de todos los colores: gloriosas, tristes, ilusionantes, deprimentes, anodinas y llenas de incertidumbre. Pero en ese variopinto muestrario de emociones no habíamos experimentado, hasta hace unos años –pocos en la ya dilatada historia del “viejo”- los meses de indignación, de oprobio, de una ira mal contenida, y de una sensación de impotencia ante los espectáculos bochornosos, que nos ofrecían, día sí, día también, unos presidentes que solamente habían llegado a ese cargo con unas intenciones malsanas y de medra personal. La magnífica afición racinguista veía, desolada, el expolio infame al que estaba siendo sometido el club de sus amores, ante el pasotismo de los que podían y debían haber puesto coto a tantos y tamaños desmanes. La magnífica afición del Racing, veía impotente como, entre la rapiña de unos y la inacción de otros, la Entidad centenaria agonizaba, estrangulada por los que tenían la obligación de defenderla.

Pero, como en las películas de aventuras, cuando todo parecía perdido, un grupo numeroso de personas se revelaron y, con dos armas poderosas: el amor a unos colores y, la razón; consiguieron evitar lo que parecía inevitable, enseñando la puerta de salida a quien nunca debió entrar.

Se había dado un primer paso, difícil, pero quedaban muchos problemas por resolver. Unas personas decidieron meterse en “la jaula de leones” que era ponerse al frente de la nave -que con múltiples vías de agua, vivía los momentos más delicados de su historia- para hacer frente a los más que esperados, y gravísimos problemas que les esperaban. 

Desde el mismo momento de la “liberación”, los racinguistas tenían sed de justicia, y hambre de exigir a los culpables responsabilidades. Los culpables del latrocinio; los culpables del escarnio ruin e indisimulado, a miles y miles de personas,  que cada día intentaban despertar conciencias dormidas; que, con la única arma a su alcance: la indignación, les demostraban cada día  su desprecio. Desde entonces, hasta hoy, las esperanzas de los racinguistas se pueden resumir en dos: la buena marcha deportiva del equipo, y la condena a los expoliadores. Hoy ya atisbamos en un horizonte no lejano, la entrada en prisión de los enemigos número uno de los racinguistas. Hoy se van borrando las sonrisas de los que se creían impunes en su ilegalidad, y se van dibujando -con cada batalla ganada legalmente- en los que soñaban una satisfacción a todos los sufrimientos pasados por la avaricia de aquellos.

 Queremos hoy dar las gracias más sentidas a una persona que lideró, desde el primer momento la lucha más decidida y encarnizada contra los Pernía y Lavín. Lucha de la que muchos seguidores no creían llegara a buen puerto. Si ya se atisba como posible, ha sido gracias a quien, robando tiempo de sus propios negocios, de estar con sus allegados, de relax y diversión; quien ha luchado horas y horas con reglamentos, con abogados contrarios; quien ha rebuscado entre cientos de papeles las pruebas que se habían olvidado de  borrar. Gracias a quien consiguió armar una denuncia, y defenderla en los juzgados, liderando las tres acusaciones – gracias extensibles a los tres letrados que compartieron afanes y esfuerzo -. Gracias a quien, según sentencias, logró demostrar las prácticas delictivas de los acusados. Gracias Manolo Higuera, como abogado has demostrado tu valía y racinguismo; has conseguido con tu esfuerzo uno de los sueños de los aficionados: que pronto podamos brindar con esa botella de champán que lleva años esperando el ser abierta. Gracias a todos los que te ayudaron, de manera totalmente altruista. Habéis demostrado sobradamente vuestro amor a unos colores. Cuando hay que criticar se critica, hoy sólo se te puede aplaudir. Al César lo que es del César.  

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